viernes, septiembre 01, 2006

Que el tiempo diga


"A Rush of Blood to the Head" es el nombre del segundo disco de Coldplay, una de mis bandas favoritas, de hecho, mi nick lo denota. Ese compacto está dentro de los favoritos de mi discoteca. Para el que no lo sepa, su traducción literal a la lengua castellana es "Una ráfaga de sangre a la cabeza" (...) Una ráfaga... a la cabeza... claro, algo así me pasó más o menos el martes al hallarla, inesperadamente, a mi lado. Vale precisar, por supuesto, la diferencia: esta vez no era una ráfaga de sangre, precisamente, sino más bien de ideas, ocurrencias, hipótesis, ficciones y cosas por el estilo.
Desde hace un tiempo esta chica ya me atraía en esencia, con su ser, y principalmente, con su mirada siempre insatisfecha. Rasgos finos, una elegancia desbordante: mucho más de ella desde ahí no podía decir.
Humanista, pero de las reales: mi primer acercamiento hacia ella, pese a haber sido indirecto, fue al verla en blanco y negro, lista para su performance de mimo. Pasó fugaz y me percaté de su marcha. No pude ver su acto, no nos dejaban, así que estaba en el pabellón que hacía de camarines en esa ocasión de la "gala" artística, en la que ya habíamos salido con mi curso a escena. Como decía, estaba en el pabellón, conversando con un compañero y un par de profesores cuando la mimo pasó y se me ocurrió preguntar a uno de los docentes (de cierta confianza) por ella, más específicamente, por su nombre: me quedó grabado, y el de su amiga, hasta el día de nuestro primer encuentro directo.

Unos meses ya han pasado de esa ocasión. Muchas cosas han sucedido, historias van concluyendo, de modo que va al caso comenzar a escribir otras nuevas. Así es como surgió ésta, en cierto modo inesperada, en cuanto a lo que me ha deparado pese a su reciente comienzo y de la manera en que ha iniciado; aunque yo veía, de manera cierta, que inminentemente iba a darse.

Tarde de martes, tomaba el bus que me lleva a mi hogar. Estaba a medio llenar, y como varios subieron tras mí, me senté en el asiento de la ventana de dos libres que habían y esperé a que el bus iniciara su marcha. Otros que subieron tras mí siguieron su marcha hacia asientos posteriores y entre ésos la divisé, ya muy cerca: podría decir que en cierto momento dudó de sentarse a mi lado, pero luego con seguridad lo hizo. El último de los tipos del Liceo que subió en el paradero pasó repartiendo los boletos a sus compañeros de institución: me dio dos a mí, el mío y el de ella. Se lo entregué, respondió un escueto "gracias" y ahí comenzaba la nueva historia: una atmósfera de inconclusión quedó en el aire; una sonrisa mía y un gesto en su cara denotaban tal estado. La oportunidad de escribir la primera línea estaba, pero no la tomé: no fui capaz de dirigirle palabra alguna, y como bien me conozco, opté por resignarme, me acomodé los audífonos (una vez más conmigo, como siempre) y encendí el tema de turno. De todos modos, pude no haberle hablado, pero no significaba que nada haría, pues tenía claro que una oportunidad como ésa, con esa "atmósfera" especial no se daría nuevamente, así que recordé una anécdota de un buen compañero y pensé todo el trayecto hasta nuestra bajada en qué escribirle en un papel, en primer término, para entablar al menos una conversación escrita. La idea original dio paso a una más simple, también extraída de una anécdota, esta vez, de una compañera: mi correo en un papel. Así lo hice. Lo tomó de inmediato, y me bajé del bus pensando en mi acción algo impulsiva, de la que estaba seguro que no me arrepentiría. Luego de una tarde eterna de espera me resigné a no ver aparecer la ventanita de Messenger que indica cuando alguien te agrega: saqué millones de conclusiones pero no quise dar mayor validez a ninguna sin antes esperar su reacción.

Miércoles rarísimo. Llegué muy urgido, casi sin quererla ver. De algún modo una de mis conclusiones prevalecía, la de su desinterés, y no sabía con qué cara enfrentarme a ella. A medida que pasaba el día mi conclusión se pulverizaba: me seguía con la vista a cada momento buscando la ocasión de romper el silencio casi eterno. El final de ese extraño día llegó con su mirada y sonrisa atrayente, para luego no divisarla hasta ayer.

Jueves de decisiones. Temía que mi falta de valor pudiera haber disipado su interés, lo que para mi agrado, no aconteció. Iba decidido a ese día sacarme toda la timidez o cualquier reparo que tuviera para acercarme de una vez y ver qué reacción le había causado lo del martes. Una conversación de ella con mi madrina fue el medio perfecto para ir a cumplir mi objetivo: quedamos en irnos juntos. A la salida, bajo una torrencial lluvia, se dio la ocasión anhelada hacía mucho, al menos por mí. La cita superó mis expectativas con creces: su seriedad, sus metas, su seguridad y su facilidad de expresarse la hicieron perfecta. Con la lluvia sobre nuestras cabezas nos separamos en su casa del pasaje Silvia, así como hoy: un día calcado al de ayer, exceptuando por la lluvia, claro.

Más arriba decía: "me bajé del bus pensando en mi acción algo impulsiva, de la que estaba seguro que no me arrepentiría". Con respecto al arrepentimiento siempre le he tenido una frase: "El tiempo dirá", pero últimamente la he visto con algo resquemor, porque no me ha favorecido, sin embargo, esta nueva historia ha comenzado a la perfección, y así como ha tenido un buen comienzo, ojalá tenga un buen desarrollo, un gran clímax y un aún mejor desenlace. Que esta vez, para bien, el tiempo diga.